Me gusta pasear en el silencio de la noche por las viejas
calles de la judería entre las calles de San José, Sor Ángela de la Cruz , Badajoz, Pozo y Alfonso
XI.
Parece oírse bajo la luna llena el tintineo de los herreros
en el yunke, el trajín del zapatero al atravesar con la aguja el cuero y me
parece ver el chisporreteo del horno de leña del panadero.
Las calles que conformaban la antigua judería aún conservan
ese tan evocador aire de aljama y son aledañas a la que fuera sinagoga de la
villa, actual capilla de San José o de Santa Catalina la Vieja. Su sala de
amplias proporciones se articula con arcos con una sencilla labor de lazo a la
altura de los capiteles. La portada gótica, con semicolumnas tersas, ha perdido
la simbología hebraica que debió ostentar en las enjutas.
También me gusta visitar Córdoba y su Mezquita, oler a azahar
en el patio de los naranjos, con sus palmeras, sus olivos y sus cipreses
buscando el cielo.
De Córdoba a Granada y allí desde lo alto
del Generalife, teniendo de fondo el Barrio del Albaicin contemplo la belleza
del la Alhambra ,
en silencio me acerco entre el andar de los turistas para ver los leones del
palacio y la alberca con el Torreón de Tomares.
Más cerca de casa, en Mérida después de cruzar el puente
romano, observo con detenimiento las columnas imponentes del teatro, el arco de
Trajano y el acueducto de los Milagros.
Me gusta imaginar el pasado y la vida de todos aquellos pueblos que estuvieron
en España, durante mucho tiempo vivieron en paz como hermanos. Pero luego llego
la inquisición, la tortura, las persecuciones y las conversiones, como si un
hombre tuviera el derecho a imponer a otro sus creencias por medio de la
fuerza.
Me pregunto que habría sido de una España multicultural donde
la avaricia y el mal no se hubiera impuesto, judíos, árabes y cristianos
viviendo en paz y en armonía, aprendiendo los unos de los otros por el bien de
todos.
Sin duda España seria un lugar mejor y el mundo también.
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